¿Alguna vez has entrado en un jardín temprano en la mañana, antes del amanecer? Las flores miran al sol, aguardando su advenimiento. ¿Percibiste la intensa aspiración que surge de ese espacio por la luz venidera?
¿Observaste un pimpollo, totalmente cerrado, y cómo despacio, milagrosamente, los pétalos se abren, uno por uno? ¿De dónde viene la fuerza, la energía de esa vida palpitante?
¿Has visto la tierra después de recibir unas gotas de lluvia?. Pequeñas manos multicolores emergen generosas de la tierra en gesto de agradecimiento. Sientes la vibración de gratitud, la respuesta espontánea y hermosa de la naturaleza. ¡La naturaleza despierta a la Gracia! …
¿Qué es lo que da a la flor y a los niños belleza, dulzura y pureza? Es la presencia de la divinidad que se expresa en la naturaleza. Es lo que se llama la «presencia psíquica».
Las flores nos ayudan a encontrar nuestra propia esencia, y la divinidad dentro de nosotros mismos.
Las acciones altruistas, que no son calculadas, son una de las expresiones más hermosas de responsabilidad y conciencia psíquica en el mundo. Pero al ascender en la escala de actividad mental, más infrecuentes se vuelven. Con la inteligencia viene la astucia, la corrupción, la especulación y la ambición. Cuando una rosa florece lo hace espontáneamente, por el placer de ser hermosa y oler dulcemente, expresa su alegría por la vida, no espera ganar algo por eso. Desde el momento en que interviene la mente humana, intenta obtener alguna ventaja o atraer la admiración de los demás. Entonces, desde el punto de vista psíquico, la rosa es mejor que nosotros.
Podemos hacer conscientemente lo que la rosa hace inconscientemente. Los niños pequeños tienen esto a veces, no siempre. Desafortunadamente, con las influencias de los padres y el entorno social, aprenden desde muy pequeños a ser calculadores y especuladores. Esta clase de deseo de lucro es uno de los deseos más extendidos y espontáneos en el ser humano. Nada marchita tanto al amor como el deseo de lucrar.
